SIMÓN ALBERTO CONSALVI: Misericordia, ¡petróleo!
“El Estado absolutista avanza cada día
más en la toma de la sociedad…”
Día tras día, salga o no salga el sol, sonría o se oculte la luna, un portavoz del Gobierno de Estados Unidos de América se pronunciará sobre el “estado del mundo”, sobre cómo andan o deben andar los asuntos económicos y políticos. En una palabra, seguir al portavoz universal de Washington es un buen ejercicio cotidiano. No pocas veces son expresiones de buen humor, humor negro o, simplemente, ironías. Esta semana no perdí la ocasión de reír clamorosamente, una vez que oí al portavoz del cuento advertir urbi et orbi que “el Gobierno de Estados Unidos de América seguiría paso a paso la fabricación de aviones no tripulados en Venezuela”.
No me dirán que no es cosa de reír semejante advertencia. Imagino que son simples escaramuzas, deseos de potenciar al enemigo o de crear una situación de zozobra con los tales aviones sin piloto, supuestamente fabricados en Venezuela. Estoy seguro de que esos drones o vehículos aéreos no tripulados, UAV por sus siglas en inglés, Unmanned Aerial Vehicle , o sistema aéreo no tripulado, llegan a Venezuela a través de la valija diplomática del religioso país que los produce. Lejano está el día en que Venezuela fabrique tales armas de guerra. Estados Unidos lo sabe mejor que nosotros, pero no obstante le informa al mundo que de ahora en adelante tendrá un ojo abierto y otro cerrado para observar el proceso venezolano de fabricación de drones, especies de robots que se elevan teledirigidos, como ya los hemos visto en Disneylandia y en otros parques de atracciones, como la montaña rusa. Espero que ya se comprenda por qué leo con tanta devoción a los portavoces del imperio. Primero leo a Olafo y a Helga, su mujer, y luego me divierto con las advertencias y consejos que nos vienen del Norte. En todos se descubrirá, si se atienden con seriedad, el toque de humor necesario para comenzar el día.
Confieso que nunca había visto uno de estos drones hasta la noche de la cadena del Presidente de la República con los militares, que no dejó de ser divertida a pesar del talante histórico de los generales. No me explico cómo la desagradecida gente no pidió repetición de aquella escena inolvidable en que un grupo de coroneles apareció de repente cargando en brazos el dron de la fábula.
¡Qué voluntad, que disposición, qué presteza la de aquellos oficiales poniendo el juguete volador frente a las cámaras! No espere al portavoz del imperio para que se entere de cuántos drones se fabricarán en Venezuela. Haga votos, eso sí, para que no los pongan a volar sobre las ciudades en las fastuosas fiestas de la revolución. Que si, en efecto, van a volar, lo hagan lo más lejos posible.
Ya hemos escuchado que son para usos pacíficos. Algo así como una gran excepción de este Gobierno. ¡Esto no deja de emocionarme! Que nadie debe temer una invasión de drones, proclaman desde Miraflores, lo cual debe ser cierto porque, en verdad de verdades, ¿qué pueden hacer ellos solos en tierras enemigas? Es preferible aceptar la versión oficial y patriótica de que sus fines serán sólo pacíficos, que recorrerán la geografía donde las nubes lo permitan, que fotografiarán y reportarán anormalidades como la presencia de guerrillas en las montañas, los aeropuertos clandestinos, los aviones tripulados que conducen toneladas de drogas. Etcétera.
Etcétera. Etcétera.
A los aviones sin piloto (no sabemos cuántos son) se unirá ahora el satélite Miranda que seguirá en el espacio los pasos del Simón Bolívar. Ambos made in China.
Tendremos abundancia de información. O de contrainformación. Nadie sabe cuántos millones de dólares cuestan estos sofisticados aparatos de la tecnología espacial.
Son, por lo pronto, un lujo, un desvarío, un banal gesto de grandeza, todo eso que los intransigentes enemigos de la revolución llaman derroche. Por ahí se han ido miles y miles de millones de los dólares del petróleo. A los drones convendría sumar los tanques rusos, inmensos, pesados, inmóviles como tortugas antediluvianas, guardados en los sótanos de Conejo Blanco.
La abundancia de dólares petroleros y la escasez de buen juicio han permitido que Venezuela figure entre los primeros países latinoamericanos en la carrera armamentista de esta década.
El Estado absolutista avanza cada día más en la toma de la sociedad. A la par, se va comprometiendo tanto, ofrece tanto, reparte tanto, adquiere inverosímiles niveles de deuda externa e interna que no hay manera de imaginar lo que una probable baja de los precios petroleros signifique para el pueblo venezolano. Mientras el Presidente de la República celebra la crisis del capitalismo europeo, los ministros de la OPEP no disimulan sus rostros funerarios porque temen que la celebrada crisis reduzca la demanda y los precios se vayan al diablo. Ya cayeron 25%. Nunca habíamos dependido tanto del petróleo como en la era de la revolución bolivariana. No importa que a este desmandado e irresponsable capitalismo de Estado se le dé el nombre pomposo y falso de socialismo del siglo XXI. “Misericordia, ¡petróleo!”, se titula uno de los capítulos de Sobre la misma tierra, la novela zuliana de Rómulo Gallegos.
Por: SIMÓN ALBERTO CONSALVI
sconsalvi @el-nacional.com
Política | Opinión
EL NACIONAL
DOMINGO 24 DE JUNIO DE 2012
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